Mercado y arte; dos palabras a priori antagónicas que juntas en una misma frase parecen ofender a aquellos que piensan que los artistas son seres de otro planeta alimentados a base de amor y aire, y que eso de hablar de dinero en relación a estos temas es algo de mal gusto y una enfermedad propia de nuestros días (a ellos les recomiendo fervientemente un repaso a la historia social del arte). Ahora, si a las dos palabras anteriores le añadimos “en Mallorca”, pasamos de ese sentimiento de contrariedad a uno de desconcierto: “¿es que realmente existe un mercado de arte en Mallorca?”
Pues bien, sí existe, pero es un mercado especial y con características un tanto diferentes a las de otros lugares. Dejando de lado al pintor mallorquín por excelencia, Miquel Barceló, cuya cotización traspasó hace mucho las barreras locales y nacionales, hallamos un panorama bastante conservador, de precios muy moderados, y poco dado a asumir riesgos.
Dentro de la marea de galerías que hay en Mallorca (un número muy elevado si lo comparamos con otros lugares de población similar), encontramos desde galerías nutridas con las obras de los artistas de siempre, basadas en el gusto tradicionalista mallorquín del paisaje y las escenas costumbristas, con precios entorno los 2.000 y 50.000 euros, y otras con una vocación plenamente contemporánea, con propuestas algo más atrevidas, aunque hay que decirlo, menos arriesgadas de lo que se podría ver en el panorama artístico de la capital, y con precios en general más bajos en torno a los 1.000 y 20.000 euros.
Mallorca tiene un gran potencial en el terreno del mercado del arte que aún debe aprender a explotar. Con la gestión adecuada, la creación de ferias de arte internacionales con denominación de origen que las diferenciara de la “macdonalización” que está sufriendo este sector, atrayendo así a importantes coleccionistas que vieran en Mallorca una oferta diferente a lo ya existente, y con una mayor amplitud de miras que considerara el arte no como un gasto sino como una inversión, tendríamos un medio muy poderoso para impulsar la economía de nuestra isla y por lo tanto salir todos ganando, incluidos, como no, nuestros artistas, que podrían vivir de algo más que de amor y aire.
http://www.masmallorca.es/cultura/arte-mercado-y-mallorca.html
Ana Ferrero Horrach
Licenciada en Historia del Arte y Experta en Mercado y Tasación de Arte
View all 2 commentsJuan Manuel Díaz Burgos. Bienvenidos a La Boca
My name’s Lolita Art. 5 de junio -26 de julio de 2012
“Soy un ladrón que da” dijo una vez Cartier-Bresson refiriéndose a esa faceta suya de cazador de momentos, de instantes decisivos, de miradas ajenas a la intromisión del objetivo. Medio siglo más tarde, parece ser que como él, otros muchos usurpadores, narradores de la vida de las personas que nunca aparecen en la Historia con mayúsculas, siguen sueltos por el mundo por fortuna para todos, y la Galería My name’s Lolita Art ha tenido el acierto de retener a uno de ellos aprovechando el Festival PhotoEspaña 2012. Se trata de Juan Manuel Díaz Burgos (1951), reconocido fotógrafo español que condensa, gestiona y recicla el legado de muchos de los documentalistas que han transitado la historia occidental de la fotografía, y que estos días expone en la emblemática galería un trabajo titulado “Bienvenidos a La Boca”. Díaz Burgos centra de nuevo su obra en Latinoamérica, a la manera de aquellos descendientes de los nómadas antiguos que para encontrar el paraíso eligieron la opción de viajar en su búsqueda; Homeros del siglo XXI que aún cuentan historias de tierras lejanas en donde sus gentes se atreven a desafiar el pesimismo imperante asentado en la mayor parte del mundo occidental mediante la alegría que proporciona vivir en un edén a pesar de estar aprisionados en él. Las fotografías son el trabajo realizado entre 2003 y 2006 en un pueblo cubano cerca de Trinidad, que sin embargo a diferencia de muchos otros de la zona, ha logrado escapar de la apisonadora del turismo, y en el que aún se puede sentir el son de la verdadera Cuba. En estas narraciones visuales, en las que el blanco y negro de la platinotipia se antoja como una especie de ensoñación que conduce a una realidad paralela lejana a las preocupaciones del otro lado del charco, los modelos improvisados son los guajiros y guajiras que lucen sin complejos sus cuerpos cultivados en el ron y el arroz con frijoles. En sus instantáneas no hay ni denuncia social ni política, su obra no se justifica en ninguna causa activista. Su razón de ser es la propia fotografía, la propia existencia de las gentes que retrata y su testimonio a modo de cuentacuentos para adultos; en las imágenes se palpa la lujuria, la pereza o la gula, haciendo un paseo por algunos de los siete pecados capitales en su esencia. Es fácil dejarse seducir por las miradas que revelan la presencia del fotógrafo, camufladas entre grupos de personas que ajenos a él se dejan fotografiar en la cotidianidad cautivadora de sus vidas. Son instantáneas realmente bellas, sin duda, pero en ese encanto casi extremo me parece captar un exceso de idealización que falsea de manera no sé hasta que punto lícita la realidad, rozando en muchos casos la fotografía publicitaria y dando la impresión de que uno está delante de un anuncio de Havana Club (la fotografía como el resto de las artes no puede y además no tiene por qué ser objetiva, pero Díaz Burgos se define como fotógrafo documentalista y se le presupone por lo tanto una mirada menos adulterada). Por otro lado, la exposición ha sido sin duda un acierto por parte de la dirección de la galería pues las fotografías son obras comerciales, a buen precio (a pesar de no haber vendido nada aún, la crisis no perdona), de fácil asimilación y de una temática más que oportuna teniendo en cuenta la estación en la que acabamos de entrar. “Bienvenidos a La Boca” es un trabajo en el que se aprecia una evolución de Díaz Burgos desde esos retratos cuzqueños de tensos rostros desconfiados, al trabajo posterior al de La Boca, “El deseo”, en donde ya ningún fotografiado posa, en donde la gente retratada ha sido robada en su intimidad, convirtiéndose Diaz Burgos, como Cartier-Bresson, en un ladrón que da.
Ana Ferrero Horrach
Al adentrarse en la galería My name’s Lolita un imponente óleo de grandes dimensiones acapara la atención de todo aquél que entra a ver la exposición “Breve manual de antropología” del artista granadino Paco Pomet, uno de los últimos descubrimientos del incansable director de la galería, y cuya carrera va viento en popa en las aguas del mercado artístico internacional habiendo ya puesto rumbo a la costa este norteamericana, llamado por el canto de la más importante galería de la zona. El impresionante cuadro de la entrada llamado “Bautismo” transmite una emoción quizá explicada por las dimensiones de la obra, o quizá explicada por la inquietante sensación de calma tensa que se produce al combinar una escena amable de unos jóvenes bañistas en blanco y negro interrumpida por una importante franja que tiñe un río de rojo poniendo en alerta la aparente tranquilidad de la escena de baño. Esta ironía y ambigüedad se aprecia con tintes más humorísticos en el resto de cuadros de la muestra con iconografías muy norteamericanas, en donde indios firman armisticios con viejas máquinas tocadiscos, en donde aviadores se han mimetizado con bigotes en forma de hélice, o en donde el género se confunde en oficinist@s de hermosas piernas con tacones y mostachos a la vez.
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Acostumbrados a galerías llamadas de la misma manera que su fundador, el poco usual nombre de guiños literarios “My name’s Lolita”, da una muestra de una voluntad irreverente y provocadora en una galería que ya desde sus orígenes quiso superar el arte contemporáneo español oficial de finales de los ochenta apostando por un tipo de pintura que sin miedo y sin prejuicios volviera al figurativismo sin ninguna excusa de carácter conceptual. La actual exposición de Paco Pómez es un ejemplo de ello, siendo este joven artista granadino uno de los últimos descubrimientos del director de la galería, Ramón García Alcázar, quien aún puede presumir de conservar el olfato para encontrar nuevos artistas que de su mano van a seducir al circuito artístico internacional. En “Brevemanualdeantropología” Paco Pomet presenta unas obras en las que se combina el lenguaje plástico más tradicional con un humor muy irónico y sutil que da actualidad a sus propuestas con figuraciones con reminiscencias norteamericanas; en este sentido la obra “Bautismo”, la más importante de la muestra, funde la tradición del expresionismo abstracto americano de campos de color rojo a la manera rothkiana, con el figurativismo impresionista europeo en personajes que podrían recordar a los bañistas de Sorolla, haciendo de esta manera una buena síntesis visual de lo que ha sido la historia del arte del siglo XX, mostrando la calidad artística del joven pintor.
Hans Haacke. Castillos en el aire
Museo Reina Sofía. 15 de febrero – 23 de julio de 2012
Pensemos (y ya vamos bien, teniendo en cuenta el sujeto del tema). Pensemos, iba diciendo, en arte conceptual, y seguramente el nombre de Haacke nos acuda rápidamente a la cabeza, y es que precisamente el Museo Reina Sofía alberga estos días una de esas exposiciones dogmáticas que ilustran por sí mismas una parte de la reciente Historia del Arte; “Castillos en el aire” con los que el emblemático museo se ha servido para hacer un recorrido por las obras más significativas del artista conceptual alemán. La primera obra a la vista se presenta como una cómplice anunciadora de lo que uno se va a encontrar en las salas venideras; se titula “Nothing to declare” de 1992, obra expuesta por primera vez en la John Webber Gallery de Nueva York en 1992 y que actualmente pertenece a la colección del artista, en la que 7 marcos de cuadros aparecen colgados de un techo pendiendo de un hilo sobre un más que amenazante portabotellas con pinchos. “Metáfora de lo peligroso e inestable que puede llegar a ser el arte”, me digo a mi misma (puestos a ser conceptuales, una se puede permitir el lujo de elucubrar lo que quiera). A continuación, esta sensación funesta se acentúa al recorrer una sala alargada en la que una instalación videográfica teletransporta al visitante al fallido ensanche de Vallecas, inacabado y desangelado, fruto de la especulación inmobiliaria. Paradójicamente, las calles de ese Vallecas llevan nombres de movimientos artísticos, razón por la cual, intuyo, Haacke sintió interés en 2010 por reflejar este suceso como analogía de la especulación artística, dando continuidad al leit motiv de su carrera tratado en otras obras también presentes en la exposición, como “Sol Goldman and Alex di Lorenzo Manhattan Real Estate Holdings, a Real Time Social System, as of May, 1, 1971”, en la que se denuncia un caso de especulación similar ocurrido en Nueva York (ciertamente hay pocas cosas menos regionales que la corrupción). Con una museografía fría, quizá lo más adecuado para una exposición conceptual de libro como esta, uno se encuentra con una exposición con fuerte carácter documental e intención a veces demasiado pedagógica, (llevando casi a lo ridículo la voluntad divulgativa al colocar a modo de ejemplos obras que ilustran los movimientos artísticos de las calles del citado ensanche fallido de Vallecas). A pesar del aturdimiento de algunos de los visitantes que se marchan totalmente desinteresados al no entender por qué hay documentos enmarcados y no “cuadros de verdad”, es una exposición imprescindible en la que la emoción reside en la indignación que uno experimenta al enterarse de los hechos denunciados por el artista; una emoción en definitiva, que reside en el estímulo conceptual.
Ana Ferrero Horrach
Annie Leibovitz, Annie Leibovitz vida de una fotógrafa, 1990-2005. Sala Alaclá 31, C/Alcalá, 31. Madrid. 19 junio-6 septiembre 2009
Que alguien no conozca el nombre de Annie Leibovitz puede resultar más o menos comprensible teniendo en cuenta la considerable complejidad del apellido de esta estadounidense (una Annie Fernández seguro que nos sería más fácil de recordar). Pero que alguien normal (excluyendo de este grupo a esos esnobs que se creen demasiado especiales como para seguir las modas de la gran masa) no haya visto nunca una imagen tomada por la considerada como la mejor fotógrafa viva es algo realmente extraño y digno de algún tipo de estudio. Convertida en la estrella más brillante de la galaxia que ella misma ha creado, Leibovitz acudió a la Sala Alcalá 31 de Madrid para inaugurar la exposición que desde el 2006 el Brooklyn Museum lleva explotando por ciudades como París, Nueva York, Londres y Berlín. Que no nos confunda la gratuidad de la entrada, la muestra es una exitosa campaña de marketing del libro que la fotógrafa mejor pagada del mundo publicó años antes con el mismo título de la exposición: Annie Leibovitz: vida de una fotógrafa, 1990-2005. Hablemos claro: no es reprochable que Annie y su corte intenten sacar beneficio (más aún) de las innumerables fotografías tomadas desde 1990; lo que considero más cuestionable es la manera de jugar con el morbo enfermizamente al contarnos a bombo y platillo que entre las “demismoore” embarazadas y los “leonardosdicaprio” con collar de cisne encontraremos las últimas imágenes de su padre moribundo o de su pareja, Susan Sontag, también en su lecho de muerte. Es precisamente Sontag la que actúa durante toda la muestra como el leit motiv que da una cierta unidad al caos perfectamente desordenado de imágenes de actores, cantantes y políticos, mezcladas con las fotografías íntimas de su familia en un intento casi obsesivo de hacernos ver que Leibovitz es algo más que una fotógrafa de posados cuidados y blancas sonrisas. La que durante muchos años trabajó para las revistas Rolling Stones, Vanity Fair y Vogue justifica este empeño diciendo que las fotos personales y las de encargo son dos vertientes que se equilibran y se necesitan, pero parece que, no es más que una estrategia para alejarse de la imagen de fotógrafa de las estrellas en una tentativa de humanizar su obra. No deja de sorprender que la que abandonara su carrera pictórica por no encontrar en la pintura abstracta algo suficientemente real, acabara fotografiando a personajes salidos, precisamente, de la realidad más tangible que podemos encontrar en la faz de la tierra: Hollywood. Aunque mi osadía no llega hasta tal punto de negar la belleza y calidad de las instantáneas (destacando la de Mikhail Baryshnikov y Rob Besserer) su encuadre me parece demasiado clásico y poco atrevido, y echo de menos la valentía de sus fotos más juveniles. La sensación que tuve al visitar la muestra fue como la de hojear una revista del corazón; te entretiene mucho, sí, pero no provoca ninguna emoción íntima. Que me perdone la Leibovitz.
Ana Ferrero Horrach
Etienne Krähenbühl, “Memobiles”.Galería Joan Gaspar, C/ General Castaños 9, bajo derecha. Madrid. 21 mayo-finales julio 2009
Lo más bonito que nos ofrece la vida es la capacidad que tiene para sorprender. Como la muchacha que día tras día acude a la biblioteca y un día descubre la nota de un admirador, así se me apareció la muestra de Etienne Krähenbühl. Cuando ya creía que no encontraría nada diferente en el arte, que todo está inventado como comúnmente se dice, di con la exposición de este artista francés en la Galería Joan Gaspar. La muestra se me antojó como esa notita amorosa que consigue con su excepcionalidad cambiar el sabor de la vida. De una gran originalidad y fuerza plástica, las esculturas de Krähenbühl aparecían dispuestas en la galería como si de un parque de atracciones de los sentidos se tratara. Con la inusual y atrayente promesa de que podría tocar las obras recorrí aleatoriamente el espacio. Efectivamente resultaba imprescindible interactuar con las piezas si se quería comprender la esencia de la muestra. Ya desde los ex votos sumerios (e incluso mucho antes), pasando por los iconos bizantinos, los retratos de Luis XIV, hasta llegar a la capilla de Miquel Barceló en la Seu, el arte se ha presentado como algo diferenciado de la cotidianidad. Por su frecuente relación con la magia, la religión, la realeza, o la representación de entidades superiores a las humanas, el arte ha ido tomando una connotación mítica que lo ha alejado de la esfera de lo ordinario. El arte se ha ido convirtiendo en algo inaccesible y sobretodo contemplativo. La casi obsesiva prohibición de tocar las obras por parte de los museos (comprensible por otra parte dado el salvajismo que presentan algunos ejemplares de la especie humana) ha contribuido a que el arte se siga percibiendo como algo no propio, como una realidad sacra en sí misma. He aquí donde se encontraba la gran singularidad de la muestra, que el autor nos permitiera abrazar sus esculturas al igual que Miguel Ángel abrazó su Piedad Rondanini, era algo muy de agradecer y que permitía una relación mucho más personal e íntima con el arte. Krähenbühl no solo nos regalaba la posibilidad de un contacto directo con la materia, sino que el resultado de este contacto era la emisión de unos sonidos que mi imaginación quería sentir como ancestrales. Los Memobiles del francés eran en cierta manera una especie de obra de arte total, como la que una vez promovieron Wagner o los futuristas, que conseguía una emoción mucho más intensa y completa al participar conjuntamente la vista, el oído, el tacto y el olfato (lástima que el hierro y el níquel-titanio no se puedan saborear). A medida que iba tocando las obras y los sonidos de éstas se solapaban de forma tan harmónica que incluso pensé en la posibilidad de componer una pieza musical con ellas, me sentí viajar, como hizo Proust con su magdalena, hasta los veranos de mi infancia en un pueblo caluroso y seco de Castilla (no he dicho aldea por no ofender sensibilidades familiares). En un instante ya no me encontraba en la galería, ni en Madrid, en un instante me trasladé hasta un bosque, hasta un parque abandonado un domingo por la tarde desde donde se oye a las testigos más fieles del paso del tiempo: las campanas de la iglesia. Cuando finalizó su intenso repique me encontré súbitamente delante de Tu me hérises le poil, Au fil de l’O, Grand fleur du mal, Levitation I, Levitation II, Mise en boit du albe y otros títulos igualmente sugerentes. La obra Petite Levitation era en su exquisita sencillez, elegancia e ingenio al evocar el aleteo de los pájaros, el refinado colofón de este bosque inanimado y mágico. La propuesta de Etienne Krähenbühl me pareció en definitiva una conciliación entre la necesidad de innovar en el arte, y la posibilidad de hacer unas obras tremendamente estéticas y evocativas, demostrando por otra parte, que para ser original no hace falta escandalizar ni provocar la ira de nadie.
Ana Ferrero Horrach